(por Juan Antonio Pérez-Bello)
Leo a Javier Lafuente en "Equipo" y tengo que restregarme las legañas de mi mosqueo cada vez que visito cualquier sección de deportes de cualquiera de los grandes almacenes que hay en Zaragoza u otra ciudad aragonesa. Se encuentra uno, en lugares preferentes, toda la mercachiflería blau/merengue, con algún que otro toque ché o colchonero para darle color a la "paraeta" futbolística, pero difícilmente logra el noble seguidor zaragocista disfrutar en los templos comerciales del roce de una camiseta, el tacto de un pantalón, el aroma de una colonia o la sugerente textura de unas sábanas con el escudo del león. No es que esto sea más importante o no, ni hace la vida más fácil ni soluciona el hambre en el mundo, pero sí marca la línea entre la grandeza de una tribu y la mediocridad de otra.
Recuerdo la santa indignación que despertaron en mí las supuestamente ingeniosas palabras que el Presidente de la Diputación de Zaragoza pronunció en el acto protocolario de celebración del 75 Aniversario del Real Zaragoza haciendo alarde de su madridismo y jactándose de ello. Se empieza por ahí y se acaba blandiendo la espada de la conmiseración hacia el club de tu tierra. Desafortunado Sr. Lambán, desdichada patria mía que no logra que sus hijos respiren el aire de los clubs deportivos que la representan. Ni en los actos públicos, ni en los mercados de las ilusiones.
El día que los escaparates brillen con los colores blanquiazules del Real Zaragoza, los azulgranas de la S. D. Huesca o los rojillos del C. D. Teruel, la sonrisa del cielo habrá ubicado en cada pliegue de nuestros valles el acento sentimental que nos haga dignos del respeto, primero propio, después prójimo. Hasta entonces, seguiremos siendo tierra de conquista.
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