(por Juan Antonio Pérez-Bello)
Uno se lo imagina así. Pongamos que el azul y blanco de nuestros sueños es suficiente para que el amarillo rabioso del Egeo recoja las destrozadas armaduras después de la batalla. Pongamos que Víctor Fernández acierta con la estrategia y sus huestes interpretan a la perfección sus órdenes. Pongamos que nuestro Can Cerbero es capaz de guardar las puertas del Hades para impedir no que los muertos no salgan y los vivos no entren, sino para que en ningún momento se vea en la amarga tarea de recoger el balón del fondo de su cueva. Pongamos que Luccin y Zapater se ponen las bruñidas armaduras que les lleven a la victoria en cada uno de los combates frente al bello Paris y el invencible Aquiles. Pongamos, en fin, que Oliveira y Milito y Sergio se sienten poderosos y finalizan el asedio arrastrando la cabeza del enemigo con la fuerza de la cuádriga tirada por blancos corceles.
Pongamos que hablamos de la victoria.
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