La ceremonia del brillo conjugado va a ser la mejor de las noticias que un periodista pueda publicar. Pero un periodista de los de verdad, como dice Paco Giménez en su blog; de verdad blanca y conquistada; de verdad relatada y propia; de verdad desnuda y descubierta. Es una verdad escrita con el aliento de cientos de sportmen que un día, muchos por la grandeza de ser grandes, algunos bajo la miseria de su miseria, acudieron a la llamada de un club que surgió por el deseo de enterrar las rivalidades pueblerinas de dos aficiones encontradas en la confrontación.
Me hace mucha ilusión visitar la exposición. Es cierto que me agrada la idea de disfrutar durante varias horas de un espacio noble acomodado en los perfumes de lo que ya es historia pero promete el más dulce de los besos: el del triunfo acogido al esfuerzo y la lealtad a los tuyos. Sé que me emocionaré y aún no sé por qué; sé que sentiré latidos próximos y aún no sé por qué; sé que sonreiré ante fotografías que son mi vida y aún no sé cuáles serán. Esta exposición es tan querida y deseada como aquella acicalada camiseta con el número 10 a la espalda que mis padres me regalaron con motivo de mi primera comunión y que yo lucí orgulloso aquellas calurosas tardes del verano de 1970 en las calles de Madrid. Y sé que me cuesta una sonrisa recordar que a los comentarios bienintencionados de aquellos vecinos madridistas o colchoneros, "¡Pero bueno, chaval, si llevas la camiseta de Villa!", yo respondía simpre con un "Sí, de Villa, el mejor" al tiempo que golpeaba con fuerza aquel balon de reglamento que, cabezón, acababa muriendo siempre en las paredes de las casas de al lado del Bar Solimar, en Moratalaz.
¡Ah, claro! Es que eso era así porque entonces en el resto de España los futboleros sabían que el 10 del Zaragoza era Villa, rescoldo amable y educado de aquellos Magníficos que se habían atrevido a sacar a la Luna a bailar, acción sólo reservada, como es bien sabido, a esos intrépidos mortales vestidos con túnicas dignas de un dios. Así era mi Real Zaragoza, así era el equipo de mis amores.
Hoy, casi cuarenta años más tarde, sigo bebiendo los sueños nacidos bajo aquel cielo que para mí siempre será azul, no tanto porque la Naturaleza así lo dictó cuanto porque así lo ha querido la gente de mi tierra, representada en aquellos diez hombres que firmaron el documento fundacional aquel 18 de Marzo de 1932 para "aunar todos los sacrifcios , construyendo un solo Club que reúna las colaboraciones dispersas de cuantos se han significado por su altruismo, por su entusiasmo y por su abnegación en anteriores campañas, dando por borradas definitiva y amistosamente cuantas diferencias derivadas de la lucha deportiva, los separaron hasta este día". Hoy, casi cuarenta años después, se inaugura esta exposición que promete futuro y añade presente a lo que fuimos, a lo que queremos seguir siendo.
Y por ser, precisamente, almas en alegría es por lo que hechos como la exposición se producen. Y por eso me gusta escribir que cuánto más necesaria es esta propuesta si quien la coordina es Antón Castro, el más cálido de los escritores, el más sugerente de los viajeros, el más cercano de los contadores de historias y, sobre todo, quien mejor recita las alineaciones del Real Zaragoza, sobre todo si la noche ya se ha caído y ha habido sobremesa de palabras y concilios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario