Andrés es rápido como la espuma de la montaña. Se siente capaz de aglutinar las bocanadas de los rivales que, fragmentados por su listeza, galopan tras de él con la lengua convertida en hierro negro. Caben en sus piernas todos los relámpagos que el cielo es capaz de construir, como si el yunque de Hefaistos escupiera el fuego que le sobra y con él se forjase el más inesperado de los regates. Su mirada es arrugada, dibujada con recodos imposibles y en ella se lee la ambición de quien nunca ve el final del camino y sí un horizonte inalcanzable.
Su pecho es fino y escueto y su boca, embargada por un gesto desapacible, parece anunciar la tormenta que nunca se anuncia pero acaba por estallar. Tiene una espalda menor en la que se acuesta el número que sólo los dioses se dignan acoger: el 10, el mismo diez de Villa y de Arrúa, dos de los destellos que han alumbrado la Historia del real Zaragoza y que aún aproximan su alma por la Romareda cuando el destino se nos ofrece triste. Y aquí nos detenemos, aquí fijamos las líneas de nuestro retrato para decirle a Andrés, para recordarle a Andrés que ese diez tiene oro en cada cifra, que lleva la luz de quien hizo de su zaragocismo una presencia en este mundo y por eso no puede ser manchado ni herido por actos toscos y egoístas. Ese diez es un altar en sí mismo y no cabe el sacrilegio, sino el sacrificio. Cabe el amor, la pasión, la solidaridad y el trabajo, a veces sin aplauso, a veces con el silencio como compañero, pero que si logra complacer a quien lo añora, a su afición, verdadero pilar del león, quizás consiga ser el digno dueño de la camiseta que lo acoge. Aquí vale ser zaragocista. Aquí no vale ser uno; vale ser todos.
Su pecho es fino y escueto y su boca, embargada por un gesto desapacible, parece anunciar la tormenta que nunca se anuncia pero acaba por estallar. Tiene una espalda menor en la que se acuesta el número que sólo los dioses se dignan acoger: el 10, el mismo diez de Villa y de Arrúa, dos de los destellos que han alumbrado la Historia del real Zaragoza y que aún aproximan su alma por la Romareda cuando el destino se nos ofrece triste. Y aquí nos detenemos, aquí fijamos las líneas de nuestro retrato para decirle a Andrés, para recordarle a Andrés que ese diez tiene oro en cada cifra, que lleva la luz de quien hizo de su zaragocismo una presencia en este mundo y por eso no puede ser manchado ni herido por actos toscos y egoístas. Ese diez es un altar en sí mismo y no cabe el sacrilegio, sino el sacrificio. Cabe el amor, la pasión, la solidaridad y el trabajo, a veces sin aplauso, a veces con el silencio como compañero, pero que si logra complacer a quien lo añora, a su afición, verdadero pilar del león, quizás consiga ser el digno dueño de la camiseta que lo acoge. Aquí vale ser zaragocista. Aquí no vale ser uno; vale ser todos.
Gran texto Juan Antonio!! Hay que hacer que fomentar el sentimiento zaragocista en la web. Para ello, os recomiendo una nueva web zaragocista que está muy bien, se llama losblanquillos.com y es una pasada!!
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