(Víctor Fernández, destituído)
Has roto, Víctor, la línea del horizonte. La noche siempre es más noche cuando hay silencio en lugar de fragor y eso ha sucedido hoy. La pradera eterna que es la Romareda, tu Romareda, la que te conoció con medio cuerpo fuera de las gradas para abrazarte a Arrúa segundos después de haber roto la malla de Iríbar, te ha regalado esta tarde la más elegante de sus despedidas, es decir, la que no se produce.
No era tarde de adiós, era tarde de leve desolación, si la desolación puede ser leve. pero no de desesperanza ni de incredulidad. Tus soldados han caído debilitados por la duda, por un titubeo casi eterno que se ha quedado a vivir entre ellos, pero no han dejado de ser sabios. Quien en momentos de tiniebla reclama la llegada de la luz no se merece que degraden a su comandante, y quien más voces ha escrito estas semanas ha sido una afición ejemplar, paciente, discreta y animosa que con cada breve momento de gloria que ha vivido ha sabido aupar el pecho de sus jugadores.
Tendré más palabras para darte. Será cuando haya día.
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