(por Juan Antonio Pérez-Bello)
Hoy siento que me llaman
tus cien soplos de abierta certeza.
Me sirven para cuidar
mi recordada niñez a la intemperie,
porque el mar nunca se acercó a tus manos enlazadas a pasados invernales.
No se atrevió,
tan gallardo a veces, tan inacabado siempre,
pero sin él supiste dibujar orillas transparentes,
las mismas que me enseñaste a recorrer
como quien trepa por la espalda del amor.
Te canto así, te cuento a mi modo,
porque cada domingo iniciabas el beso que me recibía,
camino hecho desde la Romareda a tu casa,
para preguntarme con niebla en la voz:
"Maño, ¿cómo ha quedao el Zaragoza?"
Y me besabas la frente.
Y si te decía: "Haganaoyaya"
cerrabas mis sueños susurrando: "Halapués".
Y yo abrazaba tu sonrisa aventurada,
esa que me sabe a lágrima esperada.
P.S.: Hoy mi abuela Pascuala habría cumplido 100 años.
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