Este verano está siendo largo y plácido. Aún recuerdo los primeros textos que le arranqué al ordenador hace un par de años para publicarlos en este blog que ya va camino de su tercera temporada. Lo hice en este mismo teclado que ahora utilizo, a orillas del Manzanares, en una casa muy querida para mí en la que he vivido momentos muy especiales. Hoy repito espacio, risas y esperanza, aunque una lagrimica recorra mi cara después de haber visto una fotografía que me ha emocionado.
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La imagen recoge el momento en que dos jugadores aragoneses, auténticos símbolos del zaragocismo reciente, disputan un balón. Lo hacen durante el enfrentamiento que mantuvieron sus actuales equipos, el Villarreal CF y el Genoa, en el curso de un torneo veraniego de los muchos que cvubren los cálidos tapices de medio mundo y ambos muestran la raza y la clase que les ha hecho ser deseados por otras escuadras que se acercaron al Ebro a comprar su esfuerzo y su rasmia. Y sí, son Cani y Zapater; Zapater y Cani.
De ambos he escrito, ha ambos he admirado y con los dos me he sentido muy identificado. A estos dos jugadores aragoneses les he dedicado mis palabras y mi apoyo, pero los dos cerraron su maleta en un momento de su vida y decidieron que el horizonte ra más ancgho lejos del Pilar y la Torre del Agua. Lo sentí cuando Cani se fue y lo he sentido cuando Alberto se ha ido a Italia. La primera marcha parece, con el paso del tiempo, que era inevitable y había muchos intereses cruzados que ihicieron imposible que se quedara. En el caso del ejeano parece que ha pesado mucho más la opinión del entrenador que la calidez del zaragocismo. Me ha dolido su marcha y no me siento bien pensando en no volver a ver a Zapater con el Señal de Aragón bordeando su brazo fuerte y tenso. Esto, en el fútbol, pasa muchas veces, pero nopor ello uno se acostumbra. Mientras tanto, me queda el consuelo de saber que él aún sueña con volver a su equipo, "el más grande del mundo", para completar su carrera y lograr batir el récord de Aguado y Violeta. ¿Lo logrará?
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