El viento no quiso perderse el encuentro. El cierzo, hijo de nuestro Moncayo, dios bendito de Aragón, barrió la desesperanza y limpió el cielo de bastardos presentimientos. El aire azul fue más aire que nunca, más azul que lo será jamás. Y nuestro Real Zaragoza se comió a mordiscos los malos augurios. (leer +)
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