Hace tres años, el Real Zaragoza se enfrentaba al Atlético de Madrid. Eran tiempos de volcán. Manolo Villanova acababa de tomar las riendas de un caballo desbocado en cuyo corazón se apagaba un escudo herido por la muerte que llegaba. Era un tiempo de terror, de horror al vacío. Era el tiempo de vencer y morir.
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