La nieve es una extraña amiga que no suele visitar Zaragoza. Aquel 15 de Febrero de 1970 era domingo y el Real Zaragoza se enfrentaba en la Romareda al Atlético de Madrid. Diré que aquel "al-lee-ti" (pronúnciese con cierto deje chulesco y un tanto impertinente) era un gran "al-lee-ti", pues esa temporada acabaría ganando la Liga en un campeonato que el "zara" terminaría en 8ª posición. Buen partido, pues, el que se disputaba aquel gélido día.
Esa temporada aún era no abonado infantil, por lo que veía los partidos en Gol de Pie. Cada quince días mi padre me llevaba en su/nuestra vespa desde el Barrio Oliver a La Romareda. Aparcaba su esbelta y siempre dispuesta moto en los alrededores, entonces todavía polvorientos y adornados con estupendas piedras que de vez en cuando salían disparadas y golpeaban el tobillo de algún aficionado peatón, y nos dirigíamos a la puerta más próxima a lo que hoy es el edificio de la CAI. Allí, el portero nos saludaba siempre con una expresión jocosa, "¡Qué, chaval! ¡Hoy a ganar!, ¿eh?" y nos franqueaba el paso a la grada. Bajábamos las gradas y mi padre me dejaba a ras de campo, entre los cartones publicitarios y la valla de piedra, detrás de la portería a mano izquierda.
Sin ser aún abonado ni existir en esa zona asientos, pues todos los espectadores éramos de pie, se puede decir que los aficionados de ese sector éramos casi siempre los mismos, por lo que se estableció una relación familiar y, por momento, cálida. Sin embargo, deseo recordar en esta jungla de pasado con palabras a dos personas excepcionales que se convirtieron en protagonistas de Gol de Pie en aquel momento. Se trataba de dos mujeres, madre e hija, que cada domingo ponían toda la pasión de que eran capaces para defender al Real Zaragoza y, sobre todo, rebozar al árbitro y a su madre (siempre la sufrida madre del colegiado) con toda suerte de insultos, despropósitos descalificadores y palabras ofensivas, demostrando poseer un extenso aunque no muy elegante vocabulario. Sólo había un momento en que sus voces eran engullidas por la unanimidad de La Romareda: eso sucedía cuando el clásico "¡Boooordeeee! ¡Boooordeeee!" acumulaba el carácter aragonés con un desprecio tan propio como desterrado de nuestro espíritu zaragocista.
Pero comenzábamos nuestro homenaje a La Romareda en su 50 cumpleaños hablando de ese magnífico partido entre el Real Zaragoza y el "Atleti de Madrí". Decía más arriba que ese 15 de Febrero la nieve visitó Zaragoza. O por mejor decir: una tupida y aguerrida agua nieve que, desde luego, no consiguió arredrame ni doblar mi voluntad de asistir al partido. Tengo muy presente el pequeño debate que se suscitó en casa, las explicaciones de mi padre tratando de convencerme para no ir, los temores de mi madre ante una posible "pulmonía" y mi deseo incontestable de participar, un domingo más, de la fiesta del fútbol. Así que bufanda, pasamontañas, guantes, moto, cuesta del barrio "p'abajo", Vía Hispanidad interminable y llegada a La Romareda. El partido, diré, ya había empezado, pero ahí estaba nuestro portero, el mismo, el de todos los partidos, encogido, arrugado, aterido, menguado en sus escalofríos...y atónito ante mi presencia.
- ¡Pero hombre! ¿Cómo se le ocurre traer al chico hoy, con la que está cayendo?
Mi padre, haciendo gala de una soterrada pero para mí muy familiar sorna manchega, debía tener la respuesta muy preparada, porque fue rápido y firme al decir:
- ¡Calle, calle, que con lo que me he oído de la mujer ya tengo bastante!
Cientos, miles de golpecitos de mis pies al cemento del suelo me acompañaron aquel día como única forma de combatir el frío, pero nada importó, pues al gol de Ocampos en el mintuo 14 y a la victoria (1-0) obtenida por el Zaragoza ante el equipo que ganaría aquella Liga había de sumar los tres balones que devolví a los jugadores cuando salían fuera o la satisfacción de verle de cerca la cara a Oliveros o al mismo Luis (entonces ni era Sabio de Hortaleza ni daba cortes de mangas a sus jugadores). Por el contrario, para mi memoria, tu presente y nuestro mañana, aquel partido lo tengo guardado en los cajones de mi corazón, como otros muchos que después viviría en la hoy vetusta y achacosa Romareda. Sea este mi homenaje a ella y a cuantos hombres y mujeres la han acariciado, perfumado, arrullado y musicado en honor siempre de ese latido eterno que es el Real Zaragoza.
Juan Antonio Pérez-Bello
No hay comentarios:
Publicar un comentario