Si derribaran mi corazón
El Real Zaragoza y la S.D. Huesca empataron (2 - 2) en partido correspondiente a la 15ª jornada del Campeonato Nacional de Liga de la Segunda División. Los goles fueron logrados por Ewerthon.
El encuentro fue una mastodóntica prueba de que esto del fútbol es algo más que un deporte, algo más que una muestra de esfuerzo físico y alarde técnico, algo más que una disputa entre adversarios. El fútbol es la razón que ama, es el corazón que piensa.
El Real Zaragoza jugó a lo que sabe, a lo que le mandan, a lo que ha aprendido. Juega a controlar poco la pelota, a presionar hasta morir y ofrecer latigazos arriba hasta aturdir al contrario. Juega a saque y volea, como McEnroe. Juega en pista rápida, despreciando el peloteo estilo Lendl, aquel tipo que se estiraba las pestañas en cada punto y adormecía al contrario a base de puntos de más de trescientos golpes. "Adiós, Iván", dice el Real Zaragoza. "Lo mío es darte el balón, equipo contrario, para que toques, para que la manosees, para que lo hagas bonito, para que enamores, para que tu afición se encandile y babee hasta humedecer los Monegros. Yo, a lo mío, que ya sé que no gusta, que es algo que aborrece esta afición que ha degustado los néctares más delicados, pero mi jefe, al que el año pasado aplaudíais pues era capaz de construir equipos sólidos y "muy trabajados", así me lo demanda."
La primera parte dibujó un recorrido antagónico entre ambos equipos. Los nuestros lo hicieron bien, pues bien es seguir el guión escrito por Marcelino. Aguantaron el dulce y alabadísimo toque oscense y disfrutaron de hasta tres ocasiones clarísimas de gol, una Oliveira y dos Arizmendi, y eso, en fútbol, es mucho. Tres ocasiones, tres, evidentes, diáfanas, obvias, tres, dos más una, además de otras aproximaciones, otros intentos, otros deseos, otros esfuerzos que bien podrían darse por buenos si bien queremos a este equipo. Y lo queremos. Yo lo amo. Y un gol que nos anularon, justo, en fuera de juego, vale, sí, pero gol de jugada trenzada, elaborada, pensada y ejecutada. Eso, para mí, es jugar al fútbol. Y defender, pues el Real Zaragoza también defendía, y su portero paraba, paró, un mano a mano meritorio, que parece que evitar un gol así no cuente, pero cuenta, ya lo creo que cuenta, sobre todo si hubiera sido gol, si hubiera sido el 0 - 1. El Real Zaragoza jugó bien.
Pero no juega contra una disposición aleatoria de botijos sobre el césped. Juega contra otro equipo que también propone y dispone. Juega contra otros once corazones acelerados, voluptuosos, apasionados. Juega contra once voluntades dispuestas a llevarse el botín que el capitán les prometió tras el abordaje y por eso se dispuseron a arañar la cubierta del galeón enemigo después de que Arizmendi abandonase la batalla tras ser expulsado a dos bocanadas del descanso. Mala suerte; excesiva ventaja al Huesca que supo aprovechar, pues ellos, mira tú por dónde, también juegan, también cuentan, también estaban en el campo. ¿O es que se nos ha olvidado que jugamos contra alguien? Obtuvieron premio gracias a un penalty y a que jugaban once contra diez. ¿O es que ese aspecto ventajista sólo es reseñable cuando favorece al Real Zaragoza? ¿Sólo se resalta esa circustancia cuando es el equipo del león el que juega con once y el contrario con diez? ¿Sólo se escribe "ganamos, sí, pero es que los otros iban uno menos" cuando es el Real Zaragoza el que juega con uno más? Porque uno cree que aquí hay demasiados raseros y eso se está notando mucho.
Metió el Huesca un gol, de penalty, y luego metió otro, tras "fuera de juego clarísimo", en contundente expresión de un admirado periodista aragonés que a uno le parece un punto exagerada, pues uno no vio ese presumible off side. 0 -2, pues. Y es que así es el fútbol: un equipo ve cómo su gol, tras magnífica jugada de ataque, es anulado; el otro ve cómo su gol, tras magnífica jugada de ataque, sube al marcador. Eso sí: un equipo, recibe todos los parabienes mientras el otro, el mío, es merecedor de todo el ácido que somos capaces de derramar. Es desolador.
Sin embargo, el perdedor, el que nada sabe hacer, el que propone la miseria como argumento futbolístico, el que no consigue el favor de los dioses por no se sabe qué castigo olímpico, el mío, elevó la mirada al centro de la tormenta, apretó los dientes en medio de la hiel que corroe tantos corazones y encauzó los burdos lamentos hacia la victoria. Ewerthon, Gabi, Jorgelópez, Braulio, Caffa, Hidalgo, Paredes, Ayala, Pulido, López Vallejo, Zapater, Chus y Oli son mis símbolos, mis luceros, mis palabras aún no escritas. Acertaron o no, pero en sus caras pude contemplar en todo momento la fiereza del deseo. Lograron dos dianas, cada una de ellas un grito de victoria ahogada por el destino, y fueron dos goles de calidad, de clase, de esforzada elegancia. El Real Zaragoza empató el partido y hasta pudo ganarlo. ¡Ah, sí! Que no se diga: previamente el árbitro había expulsado a Helguera en una absurda decisión que nadie entendió. Ni siquiera este zaragocista que tiene en su memoria hasta dos acciones violentas que sí habían sido merecedoras de esa tarjeta que ahora, por razones que se me escapan, mostraba al jugador cántabro, al "hombre yunque", como alguien lo ha calificado con un cariño que no acabo de comprender.
El partido acabó. Empate. El Real Zaragoza es mi equipo y sólo su futuro me interesa, pues también es mi porvenir. Y ese mañana me importa a mí, a mis amigos y al zaragocismo que nada tiene que compartir con la vida de otros clubs que nada me dan ni me aportan. Entre otras cosas porque el pedregoso camino que hemos de recorrer lo tenemos que completar nosotros solos, pues sólo nosotros medimos cada metro que falta para llegar a casa. A Primera.
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