
Razón nº 1: he recibido varios correos de lectores que me muestran su acuerdo o desacuerdo con lo que manifiesto. Me parece bien, todo me parece bien. Incluso me alegra que haya diversidad, pues es síntoma de normalidad y de sociedad moderna y progresista. Sin embargo, también me encuentro con el derecho de proponer al zaragocismo en general y a algunos aficionados en particular que en estos momentos lo que sobran son palabras altisonantes y petición de cabezas. Poco, y seguramente nada bueno, obtendremos derrocando a Luis XVI y cortando (metafóricamente hablando, je) ninguna cabeza. Pocas veces esas cosas han funcionado y mucho menos en situaciones como la actual. No estamos en bancarrota, ni esto está desgobernado ni hay razones objetivas que animen a un cambio radical de rumbo. Y, desde luego, no hay recambio de garantías a la vuelta de la esquina, ni de técnico ni de jugadores. Ese es mi convencimiento.
Razón nº 2: sigo pensando que el Real Zaragoza es un equipo maltratado por la fortuna y y no demasiado querido por parte de algunos sectores. Porque en estos casos, y es lo que yo creo, atacar despiadadamente (sí, despiadadamente en algún momento) al entrenador (sea el que sea, ya es conocida mi postura al respecto) o poner en el disparadero a tal o cual jugador nunca ha aportado nada positivo, sino todo lo contrario. Y quien esto escribe ha sentido en más de una ocasión dolor al leer ciertos artículos de prensa, determinadas opiniones de aficionados significados o algunas informaciones con cierto perfume tendencioso. No, no se ha tratado bien al Real Zaragoza, entendiendo por tal al staff técnico y a la plantilla, y se ha trabajado muy duro a la hora de sembrar dudas, sospechas y sombras. He defendido siempre un periodismo didáctico, iluminador e informativo, pero mucho me temo que en ocasiones se ha jugado demasiado con el doble valor de las palabras.
Hoy es miércoles y quizás el próximo domingo el Real Zaragoza vuelva a perder un partido de fútbol. Es posible que el entrenador de nuevo cometa errores, que no acierte ni con la alineación ni con el esquema ni con la mentalización ni con la táctica. Puede ser que a los jugadores vuelva a faltarles ese centímetro gracias al cual llegarían a los balones o a los remates pero que no hay manera. Cabe la posibilidad de que el Huelva, un equipo en posición de descenso, encuentre una bocanada de aire a costa del Zaragoza. Todo es posible. Pero también es posible justamente lo contrario: que el Zaragoza gane, que el entrenador acierte con la alineación, con el esquema, con la mentalización y con la táctica, que los jugadores recuperen ese centímetro gracias al cual llegan a los balones y a los remates. Cabe la posibilidad de que el Huelva se hunda un poquito más y sea el Zaragoza el que empiece a respirar.
Estoy seguro que si esto ocurre el zaragocismo se alegrará. Lo espero de todo corazón. Lo que no me gustaría es que ocurriese como aquel triste domingo en que, a punto de lanzar un penalty el Toro Acuña, toda la Romareda deseaba que lo fallase para así poder meterse con Rojo y tal. Nada me llenaría más de tristeza que un sólo zaragocista desease el fracaso de Víctor Fernández para así poder echarle, porque eso supondría que el Real Zaragoza también muere un poco. Y nosotros, compañeros; y nosotros.
Del mismo modo, me seduce exponer en el escaparate del análisis esta otra afirmación: "Y, como colofón a su tésis (sic), salió el Ayala "ché", el genuino zaguero del feo pero campeón Valencia". Mmm, toda una declaración de intenciones, ¿no creen?. Así y todo, excelente la entrevista que el propio Giménez le hacía ayer a Miguel Pardeza. Ese periodismo, si se me permite la opinión, me gusta. Me gusta mucho.
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Hoy su palabra ilumina, aturde, enciende, ofusca, limpia y exaspera. Su gesto es hermano siempre de su conciencia y la vida ha abrazado muchos de sus pasos y repudiado algunas de sus zancadas. Eligió la vereda de las praderas limpias por las que el futuro y la emoción de tantos han transitado, abrió la carne de todo un pueblo porque de ese pueblo era hijo y acogió la impaciencia de quienes sienten la urgencia del aliento inaplazable.
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