jueves, 13 de septiembre de 2007

Movilla, el murmullo del tesón

El primer partido que jugó José María Movilla con la camiseta del Real Zaragoza fue contra el Deportivo Alavés, en aquella semifinal que nos abriría las puertas del cielo. Vino a Zaragoza junto a Dani, en lo que supuso una bocanada de entusiasmo y un grito de esforzada y vehemente lujuria futbolística.

Veníamos de sufrir la atonía que suponía un equipo esquinado y oculto a la alegría, después de sufrir varias semanas la triste mirada de aquel gladiador seco y silencioso que fue Paco Flores, y las primeras galopadas del madrileño levantaron las telarañas de la franja central de La Romareda. No olvidaré aquellos golpes de pecho enérgicos y reivindicatvos que se daba con los que pretendía exigir el pase, reclamar el mando y despreciar la ausencia de orgullo. Era como si el Capitán Trueno, acolchadas sus espaldas por Goliat y Crispín, hubiera decidido abandonar lós fríos fiordos de Thule para expulsar del Valle del Ebro a los sarracenos, convertidos ahora en apáticos soldados huidizos y blandos como el barro del río. Vivió momentos inolvidables, como la Final de Copa de 2004, en el que es uno de sus partidos para recordar; mantuvo la estela del compromiso, el valor y la raza y si bien no era últimamente el centrocampista que el equipo necesitaba, puede sentirse orgulloso de ser zaragocista y que su gente, nuestra gente, le haya guardado un rincón en su memoria.

Jugó 98 partidos de Liga y 9 de Copa de la UEFA, a los que hay que añadir los de Copa, y en todos y cada uno de ellos fue lo que quiso ser. Eso le honra y le hace grande, como jugador y como persona.

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