martes, 21 de abril de 2009

Carlos Cuartero, el cauce que esperamos


Se ha ido Charly. Se ha ido el capitán, en cuya boca creció el fuego del zaragocismo cuando pronunció aquella legendaria frase que evocaba el fulgor de una Virgen que completa cada bocanada de cierzo en las almas aragonesas. Se ha ido Charly y el rostro de los niños refleja un rayo menos, el que falta desde el lunes, el que sirve de compromiso presente para quien se acerque a los espejos de la Historia. Se ha ido Cuartero y las riberas del Padre Ebro ya no volverán a acoger riadas inoportunas, pues su espíritu aguarda, vigilante, para impedir que el barro de los pasados esbozados ocupe territorios propios.

Tuve ocasión de estrechar su mano a comienzos de 2007, cuando la Peña Zaragocista "Juan Señor", de Alcorisa, organizó un precioso acto en el marco de la Semana Cultural. Aquel encuentro nos permitió contar con su presencia y con la Eduardo Bandrés, quien por entonces acababa de llegar a la Presidencia y respiraba aires de ilusión y éxito. La Sala Alcor 82 acogió a más de 400 personas para escuchar las palabras de ambos, escudaos por cuatros chicos y una chica que, orgullosos, vestían las cinco equipaciones históricas del Real Zaragoza, en una puesta en escena hermosa que mantendremos en nuestra memoria. Puede conocerle, digo, y ya entonces percibí la presencia de un muchacho tímido, sencillo, claro en sus formas y natural en el fondo y ese aroma he podido volver a sentirlo al leer este fragmento de su discurso quq recibo como una muestra de zaragocismo amurallado y necesario. Dice así: "Jamás me ha abandonado el orgullo de llevar el escudo del león en el pecho. Me he levantado cada mañana con el único objetivo de de honrar la historia de este club. Nunca consideré ser el mejor o el peor, mi reto fue siempre servirle (al Zaragoza) como el que más y hacer mi trabajo con entusiasmo”.

Leer su discurso de adiós es como el abrazo imprescindible, una llanura de emociones capaz de cubrir la negrura de esta mujer desnuda que nos sugiere cada semana las miserias que nunca deseamos. Esta mujer, a la que llamaremos Liga Adelante, oculta en su piel la frescura que añoramos, la que siente el joven primerizo cuando recibe el beso inesperado, pero hemos logrado saber que con el sudor de Cuartero se ha empapado el césped de la Blanca Dama, esa Romareda que, adormecida, espera anhelante el amanecer augusto, el que nos despierte de esta miserable pesadilla que morirá matando, pues ya nadie se cree que podamos sonreir hasta que la noche se muera. Su discurso es un canto emboscado al amor que desatan los vientos y así lo recordaremos.

Adiós, capitán. Que tu esfuerzo lo transformen los dioses en energía derrochada, la que necesitamos en nuestro ánimo trémulo. Adiós, Capitán. Que tu tesón sea la voz agrietada capaz de romper el Destino y murmurarle a la Esperanza que la necesitamos. Adiós, Capitán. Te reordaremos y te llevaremos con nosotros allá donde los tiempos nos deparen un mañana común. Adiós, Capitán.

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