Hace mucho tiempo, en un país lejano, habitaba una estrella fugaz que acostaba su fulgor en las laderas del ingenio. Su cuerpo procuraba recorridos imaginados y su cabeza menuda albergaba sonrisas amplias provocadoras que lograban alterar el nervio del adversario y, a veces, la templanza de los propios. Un día, esa estrella fugaz inquieta y a menudo mágica quiso cambiar el rumbo de los planetas y le dijo al dios que gobernaba sus días que los caminos andados le quedaban estrechos y necesitaba recorrer valles más amplios y escuchar voces más recias.
Matuzalem promete ser capaz de las mayores genialidades (lo deseamos) y las menores mediocridades (lo tememos). He tenido ocasión de difrutar algunos vídeos en los que se ve a un jugador mágico con el balón, eléctrico en sus movimientos, exquisito en el regate, poderoso en el chut, preciso en la estrategia y decidido en la combinación, pero también he echado en falta el músculo añorado y la fortaleza anunciada. ¿Será Matuzalem el guerrero necesario? ¿Logrará sostener al equipo en aquellos momentos en que la temporada pasada se derrumbaba? Son dos cuestiones que procuran incertidumbre y necesitan rápida respuesta.
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