viernes, 11 de abril de 2008

Com els guanyarem, si semblan alifants?


¿Cómo les ganaremos, si parecen elefantes? Esa frase la pronunciaron unos aficionados catalanes en un partido de Copa que disputó el entonces Zaragoza contra el Júpiter, en el campo de Les Corts. La anécdota la contó Andrés Lerín, nuestro portero, y persona con la que mi familia mantendría relación de vecindad en su madurez durante años para certificar la calidad humana de todo un caballero.

Andrés Lerín era el exponente de un equipo poderoso físicamente, en el que la raza, el coraje y su honradez y dignidad profesional eran su estandarte. Se convirtieron en un enemigo temible y casi inexpugnable cuando jugaba en Torrero. La temporada del ascenso, 1935-1936 fue la época en la que demostraron que siendo un equipo, ayudándose los unos a los otros, siendo amigos, se pueden lograr muchos éxitos. Lerí, "Brozas", Pelayo, "Mocazos", Primo, "El zagal", Municha, "Fraylon", Tomás, "Zamarras"... Cada uno tenía su mote, surgidos del afecto mutuo y del deseo de ser uno.

Aquellos "Alifantes" le mostraron al mundo que la fortaleza de espíritu mueve montañas y fueron capaces, gracias a la publicación de esta anécdota en "Heraldo de Aragón" por parte de Miguel Gay, de convertirse en el primer icono, en el primer símbolo eterno de la historia del zaragocismo. De nuestra historia.

Escribo todo esto porque el dolor y la tristeza se han quedado a vviir conmigo. Dolor y tristeza que me producen las declaraciones de tres jugadores del Real Zaragoza que han decidido estos días, precisamente estos días, quitarse la careta y enseñarnos la cara opuesta de la dignidad y el amor a unos colores. Y voy a escribir fácil y claro para que todo el mundo lo entienda.

Sergio Fernández declara que le resbala que la gente piense que se ha "borrado" del equipo. Juanfran expresa su sorpresa ante el pesimismo de la afición. Oscar pone en cuestión la nueva propuesta futbolística de Manolo Villanova. Son tres joyas argumentales, tres bofetadas al sentimiento y la historia zaragocista, tres minas muy bien colocadas en el camino a la salvación. El punto de soberbia, chulería y desvergüenza que muestran estos tres adalides del estipendio mal ganado (o sea, que se ganan el pan con muy poco esfuerzo) es de tal magnitud que no merecen ni el escudo que adorna sus enclenques pechos ni los colores que nacuieron del abrazo de tantas voluntades.

A Sergio. No puede resbalarle ninguna opinión fundamentada y razonable, sobre todo si viene de una afición magnánima, generosa, fiel y destrozada por tanta estulticia (o sea, tontería).

A Juanfran. Si le sorprende que haya pesimismo entre la afición zaragocista es que vive en una lejana galaxia, bien arropado por una autocomplacencia que agrede al zaragocismo, que ha sido comprensivo, paciente y bondadoso con un jugador que ha causado con su indolencia y sus mediocres actuaciones un grave daño al Real Zaragoza.

A Óscar. Si un futbolista profesional es capaz de cuestionar los métodos de su entrenador públicamente, algo grave, muy grave sucede en ese vestuario. Y no es la primera vez que Óscar, el jugador más mimado y apoyado en los últimos cuatro años por parte de los diferentes entrenadores, tira por la calle de en medio para decir ante los micrófonos lo que no ha sido capaz de decir en el campo. Esta afición no necesita charlas técnicas de los jugadores: necesita victorias.

Aquellos "Alifantes", fornidos, sacrificados, dignos, amigos, están llorando lágrimas de estupor y de lástima. Aquellos "Alifantes" jamás despreciaron la opinión de su afición, ni menospreciaron los sentimientos de su afición, ni le enmendaron la plana a José Planas, su entrenador. Aquellos "Alifantes" coronan ahora, después de setenta y pico años, el altar del zaragocismo, al que ascendieron a base de sudor y amor. Aquellos "Alifantes" anotaron 60 goles y recibieron tan sólo 8 y fueron los primeros que derrotaron al Real Madrid, donde jugaban Quincoces y Regueiro. Aquellos "Alifantes", en fin, habrían sido el equipo más importante de la década si la miseria de la Guerra Civil y el horror del odio fratricida no se hubiera cruzado en sus vidas. En nuestras vidas.

¿Te imaginas, querido lector, a Juanito Ruiz diciendo que "le resbala" lo que piense la afición? ¿Puedes ver a Sebastián Municha carcajearse de sus seguidores diciendo que "no es para tanto", mientras la clasificación dice que somos los terceros peores de España? ¿Crees capaz al gran Andrés Lerín, caballero y señor, de poner en tela de juicio públicamente las órdenes de D. José Planas, entrenador de aquel equipo?

El zaragocismo, que acompaña nuestras vidas con el mismo fervor con que uno recuerda su primera vez, no merece que su escudo sujete el pecho de futbolistas así. Demasiada podredumbre. O sea: demasiada corrupción moral.

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