Hace un año, la luz zaragocista brillaba con todo el esplendor que los dioses nos habían concedido. Magnánimas divinidades se acercaron al Palacio de Sastago para darle una vuelta a la llave de la Historia e inaugurar la exposición que con tanto amor y emocionado vigor puso en pie Antón Castro, ese escritor que atravesó los verdes cielos de Galicia para amerizar en los dóciles horizontes aragoneses. Brillaba y nos havía sentir secretas soledades, pues todo era limpio como una lluvia de estrellas, las que cubren nuestro sueño cada noche y las que nos hacían soñar con firmamentos cada vez más prójimos.
Escribí aquellos días sobre los sueños bebidos y pude comprobar que visitar aquellos salones nobles y leales era la mejor forma de saborear la Historia, los días de mis días, las noches de mis noches. Y mejor si cuando escuchaba el eco de mis pasos aun en medio de la multitud, lo hacía acompañado de mi hijo, a quien tanto le ofrezco, quien tanto me da, y pudimos, juntos, abrazar el futuro, que esos días parecía ancho y generoso. Parecía.
Hoy la dorada esperanza, la que respiramos aquellas tardes de octubre, yace yerma e inánime. La realidad, arisca y despiadada, ha amordazado el mar que nos bañó y nos ha mostrado la más cruel de las miradas. Nuestro presente nos ata a la necesidad de derrotar a un rival que navega por las mismas ciénagas que nosotros y no hay más sonrisa que la que nos otorgue la victoria. La misma que obtuvo Pirro, el rey de Epiro. Así y todo, es la única manera de emprender el camino de regreso a casa. A Primera.
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1 comentario:
Como me decía una persona a la que quiero mucho (y me parece muy frívolo utilizarla en este contexto): "Esto, también pasará".
A primera, Juan. A primera.
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