El Real Zaragoza vive estos días la placidez del león saciado. Personas muy significadas del entorno del club se esfuerzan por bajarle los humos a este coloso blanquiazul que despierta temores por donde transita y es justo reconocer ese esfuerzo, pues se hace necesario darle un barniz de humildad y modestia a este equipo que está cumpliendo las expectativas antes de lo previsto.
Estos días es fácil escuchar palabras de complacencia, de satisfacción e incluso de esperanzas satisfechas, pero también es sencillo oír discursos de advertencia, palabras pidiendo prudencia y frases llamando a la calma. En todos los casos hay razones cargadas de sensatez para que así sea. Sin embargo, esto es fútbol, una actividad humana que nada tiene que ver con la razón, la lógica o el sentido común. El fútbol es emoción incendiada, sentimiento ardiente, latidos galopando sobre pechos henchidos de orgullo expuesto o espaldas desoladas por la derrota inesperada. El fútbol es un corcel joven, inexperto cuyo único deseo es cubrir su deseo temprano y hambriento. No hay verso que defina su universo, ni acorde que dibuje su pulso, ni color que avive la atmósfera que respira. El fútbol es el amante despechado que odia lo que ama y ama lo que perdió y por eso nada ni nadie podrá limpiar sus pulmones, hartos del grito vacío, vacío de puro harto.
Aquí, en Zaragoza, en Aragón, ha habido un gran equipo que ha cumplido los pasos adivinados por la Historia con fortuna divina y desdicha terrenal, pero eso no es argumento para sentirse grande ni para dolerse pequeño. Hoy, la única verdad es la que muestra Marcelino en la entrevista concedida al Diario Equipo: "El Real Zaragoza es un gran equipo que está en Segunda". Gran equipo, sí. En Segunda, sí. Por eso, lo importante es decirnos unos a otros que la lucha, el tesón, el esfuerzo, el dolor, el sufrimiento van a ser nuestros compañeros durante todo lo que queda de camino. El que nos ha de llevar a casa. A Primera.
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