Cinco muchachos vestidos de arriba a abajo con los colores de nuestro equipo caminaban con paso decidido en dirección a la Plazaelpilar por la quiCallealfonso la tarde del sábado. Íbamos en direcciones opuestas, pues yo dirigía mis pasos a la Plazaespaña cogido de la mano de quien más me quiere y mejor quiero y, por un momento, temí que ya hubiera acabado la fiesta y no pudiera vivir el momento en que "el autobús" llegase al centro de Zaragoza con nuestros héroes a su grupa. Les pregunté:
- ¿Ya ha llegado el autobúsa la Plazaespaña?
- ¡Bém, aún le queda! ¡Pero no creo que veáis nada, porque hay un mogollón de gente y no se puede ni andar!
Respiré, respiré sonriendo y emocionado como, supongo, lo hice hace 45 años cuando, en esa misma calle, y en aquella ocasión a corderetas de mi padre, aclamé como sólo lo puede hacer un niño, a los Magníficos, que recorrían las calles de mi ciudad con la Copa del Generalísimo lograda después de derrotar al Atlético de Madrid por 2 - 1 con goles de Lapetra y Villa. Respiré emocionado, como cuando hace 31 años celebré el ascenso a Primera en un mágico 23 de Abril después de haber soleado mi corazón aragonés en la manifestación por la autonomía esa misma mañana. Respiré ilusionado, como lo hice hace 23 años, aquella mañana de domingo en la Plaza del Pilar en que recibimos a los héroes del Calderón que habían derrotado al Barça con gol del Poeta al malogrado Urruti en la Final de Copa del 86. Respiré, en fin, como lo hicimos miles de zaragocistas esa tarde, porque nuestros ojos ya divisan un horizonte claro y abierto, el que merecemos, el que añoramos, en el que hemos crecido y nos hemos hecho hombres y mujeres.
El sábado fue un hermoso día. Para mí y los míos, pues nos reunimos en una cálida jornada porque cálido era el motivo. Hubo boda, hubo unión ante todos de Yolanda y Fernando y eso fue motivo para compartir afectos y cercanía. Y en medio de las palabras queridas y las músicas comunes llegaban los mensajes amigos, los textos esperados que hablaban de victoria, de fiesta, de objetivo logrado. Y la sonrisa, más ancha.
Cuando supimos que el Real Zaragoza vencía por 2 - 0 me encargué de compartirlo con todos los que tenían la sonrisa blanca y azul, que eran muchos, y los apretones de mano y los abrazos cerraron un círculo que se había hecho enorme e inacabable a lo largo de trece meses. Luego llegó el 3 - 0 y puesto que la fiesta llegaba a su fin en su primera entrega, me fui al mismo lugar en el que el año pasado cerré los ojos cuando el Mallorca enterró nuestro maltrecho cuerpo. Me prometí a mí mismo que volvería un año después para celebrar el ascenso y allí nos fuimos. Y sonreímos y nos reímos, igual que hace poco más de un año lloramos y nos hundimos.
Todo había acabado. O mejor: todo empezaba de nuevo. Y de nuevo el horizonte ancho, así que nos fuimos a la Campana de los Perdidos para cantar, beber, bailar, querer...Eso sí, cambiamos el rumbo durante unos instantes, porque la Plazaespaña estaba tan cerca que su atracción fue irresistible y allí recibimos a los héroes, a nuestro guerreros sonrientes, esforzados en la batalla, suaves en la alegría. La gente alegre cantaba y gritaba frases bien cosidas que levantaban el color zaragocista hasta el cielo que se negaba a llover, como si no quisiera romper la celebración.
Llegó el autobús y llegó la algarabía. Como ocurrió hace tantos años, en 1951, por ejemplo, cuando el Real Zaragoza derrotó al Real Murcia por 3 - 2 en un agónico partido y supo que era equipo de Primera tras una agónica espera de veinte minutos cuando se consumó la derrota del Málaga ante Las Palmas por 4 - 1. El zaragocismo protagonizó entonces una multitudinaria peregrinación hasta el Pilar para celebrar el ascenso y la ciudad vibró como nunca. Como el sábado. Había que ver los rostros de los miles de presentes y los gestos entregados de los jugadores y el cuerpo técnico. De jugadores como Ander, futuro del Real Zaragoza, y de Fabián Ayala, historia viva del fútbol mundial y, ahora mismo, zaragocista por los cuatro costados.
Acompañamos al autobús, enfundados en nuestra emoción, y después optamos por regresar a la Campana. Allí nos esperaba el amor. Allí estaba el futuro. Como en nuestros corazones. Ya estamos en Primera otra vez. Ya estamos en casa.
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