martes, 2 de junio de 2009

Ayala, la suma del uno

.
Ayala es un buen jugador, competitivo, ambicioso, argentino y abundante. Acobarda el miedo, sujeta con bravura los vacíos que el ruido construye y completa los caminos que transitan las estrellas todas, las de plástico y las doradas, las que abundan en la mentira y las que escasean en la verdad. Y eso, por definición, lo convierte en digno miembro de los ejércitos formados por soldados esquinados y necesarios.

Ayala construyó una estela de gloria en el Valencia y por razones que ya nada significan abandonó la chalupa levantina en busca de otro horizonte en el que brilla desde hace algunos veranos un cielo amarillo y cerámico, acordonado por la sonrisa espesa de quien maneja dinero y sudor. Allá dirigió sus pasos, pero algún avisado grumete le contó que en esas aguas había poca calma, o demasiada espuma, y no dudó en desandar lo andado para cobijarse en un reino alejado de la soberbia pero dado al afecto y la placidez que otorga la nobleza. Y aquí llegó, orgulloso de su orgullo, para decir alto y claro que su decisión la define su carrera y su familia.

Se le recibió con honores de cacique, de “Señor responsable” precolombino. La Romareda trituró aquel día cualquier recuerdo gris que pudiera dormir en algún rincón olvidado y pintó el césped con un azul magno, digno de coliseos gloriosos en los que sólo se escriben relatos de victoria. El zaragocismo estalló en mil pedazos de orgullo y los telediarios eligieron titulares que hablaban de nosotros. Sentimos el placer de la grandeza adivinada.

Comenzó la temporada y los músculos del argentino dijeron “no”. Fue un calvario, un sendero agrio y seco el que recorrió nuestro equipo y aún recuerdo las palabras del Ratón tres días antes del encuentro ante el Mallorca: “Este es el partido de la gloria y hay que ganarlo”. Su mensaje sonó metálico, rebotó en las riberas del zaragocismo como una plegaria que nunca debimos haber tenido necesidad de rezar, pero de nada sirvió. La lluvia negra cubrió nuestros corazones y morimos.

¿Y Ayala? Ayala tuvo valor. Agarró al destino con la fuerza que le da su compromiso con el Real Zaragoza, rechazó cruzar cualquier puerta que se le pudiera abrir para jugar en otro equipo y aquí está. Lo tenemos y nos tiene y su fuerza, su rasmia y el gesto fiero que nos propone cada vez que afronta un duelo con el contrario es un tramo menos que nos queda por recorrer. Me quedo con su mirada, con su mente cabalgando sobre nuestro grito decapitado, con sus brazos armados por la música acompasada que componen sus goles. Creo en él y reconozco su esfuerzo. Me gusta su presencia y cada vez que salta en busca del balón siento como si una fuerza retirase la gravedad y estirase su cuello, el mismo en el que se dibujan las carreteras del trueno.

Hoy Ayala está y se le espera, como se espera el latido del corazón griego que pugna por derribar la muralla de las tinieblas, esas que poco a poco estamos apartando para encontrar el camino deseado.
.

No hay comentarios: