domingo, 16 de noviembre de 2008

Gimnástic de Tarragona, 0 - Real Zaragoza, 0


La repentina sordidez.

El Real Zaragoza empató 0 - 0 frente al Gimnástic de Tarragona en partido celebrado en la ciudada catalana correspondiente a la 12ª jornada de Segunda Divisón.

Vi el partido cómodamente sentado en el salón de mi casa zaragozana y confieso que disfruté. Volví a vivir emociones pretéritas, pues en ese mismo lugar y con esa misma luz vi hace años cómo nuestro Real Zaragoza le metía cinco goles al Real Madrid a domicilio en un partido que de vez en cuando vuelvo a ver pues de él siempre aprendo cosas. Cierto es que aquel estilo de juego no dejó marcados nuestros corazones, antes al contrario: rebota en nuestra personalidad chirría en nuestra particular forma de entender este juego, y, de hecho, renegamos de él con frecuencia. También yo. Sin embargo, será de justicia reconocer que con aquella manera de jugar el Real Zaragoza llegó a aspirar durante algunos minutos a la consecución del Campeonato de Liga por primera y única vez en su Historia y eso, amigos, no se vive muchas veces.

Escribo todo esto porque en cierta medida el partido de ayer se pareció mucho a la fórmula impuesta por Rojo durante aquellos años. Muchísimo compromiso, el mismo que vi en prácticamente todos los jugadores. Gran esfuerzo físico con constantes ayudas y apoyos. Solidez estructural, la que le ha faltado en algunos momentos a nuestro equipo. Y seriedad, mucha seriedad. O sea: la antítesis de lo que nos gusta. Ahora bien. Cada vez me convenzo más de la necesidad de cerrar los ojos a la pretensión de desear el jogo bonito y abrirlos a la metálica solidez como grupo que nuestros muchachos necesitan alcanzar. Creo que va a ser muy importante que nos olvidemos de los nombres, de lo que la Historia ha dejado en nuestra piel, un tanto ajada y magullada por los golpes de la vida. Debemos dejar a un lado la conciencia de ser los más guapos y, por ejemplo, tener los mejores delanteros del planeta y el palmarés más brillante y admirado de la categoría. Hoy, amigos, es el día en que apuesto con todas mis fuerzas por la estética fiera e inmisericorde de los ejércitos bárbaros y abandono (momentáneamente) el gusto por la belleza de los Magníficos, el arrojo de los Zaraguayos, la magia de los ochenta, el descaro de París y la desvergüenza de Montjuic. Hoy, amigos, me aferro a la propuesta que tan aplicadamente llevaron a la práctica ayer nuestros muchachos.

Es cierto que no ganamos, pero también es verdad que el Real Zaragoza ayer mostró una cara más sincera, más franca. Nos dijeron que así van a jugar, porque así hay que hacerlo si queremos subir, y que no piensan cambiar el guión. Que si nos gusta, bien, y que si no, también. Que aquí todos sabemos mucho de fútbol, pero que los únicos responsables del guiso o del desaguisado, son ellos, así que ya sabemos. Ahora ya no hay lugar al debate. Bueno, sí, podemos debatir todo lo que queramos, pero o nos tragamos el sapo de una vez (estamos en Segunda, señores, y somos de Segunda, mientras no se demuestre lo contrario) o corremos el peligro de perdernos en el limbo de las disquisiciones estériles. Y no está el horno.

Porque quiero a mi Real Zaragoza, porque vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, porque mi llanto ya está tan seco como la sombra que nos cubre, por todo ello, manifiesto mi fe en Marcelino y propongo, una vez más, hacer piña y expulsar los temores de nuestras alforjas, en las que, me pareceo, aún quedan demaisados recortes de periódicos del pasado y demasiadas telarañas en nuestro corazón.

Ayer el Real Zaragoza no ganó, pero dio un paso al frente. Me parece que los chicos ya se lo creen. Ahora le toca el turno a la afición, la más necesitada de ver cómo se acorta ese garabateado y ojeroso camino lleno de cardos que nos debe llevar a casa. A Primera.
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