Hoy muere Mayo y con él muere la muerte. Han sido los días más tristes en mi larga vida zaragocista; unos días en los que el dolor me ha mostrado su cara más intratable, a lo que le he contestado con mi silencio y mi sigilosa ausencia. No he sido capaz de sentir más olvido ni ver más coscuridad, pero sí he podido apartar el vacío haciéndole frente al fracaso que hemos vivido.
El Real Zaragoza ha descendido a Segunda División y algo me dice que aún no nos lo creemos. Seguimos viviendo como si esto fuese un mal sueño, como si el 1 de Septiembre el rival que acogierse nuestro desafío fuese el Valencia, o el Atlético o incluso el Valladolid. Seguimos durmiendo en lechos blancos y amplios y degustando manjares servidos en loza brillante cuando lo cierto es que nos esperan jubones de paja sucia y posadas repletas de sanguinarios gañanes y mujeres desbordadas por sucias carnes. Sigo creyendo que no nos lo creemos.
Sin embargo hoy, cuando muere Mayo, acepto reunir de nuevo las palabras necesarias para abrir la puerta al relato convencido. Hoy, precisamente hoy, cuando ya he podido leer otros mensajes, propiciados por la llegada de Marcelino García Toral, Marcelino, el nuevo entrenador del Real Zaragoza, el general elegido por el monarca para recuperar la fortaleza perdida, para reconquistar los valles arrebatados por el infortunio. Marcelino, nombre zaragocista como pocos, es quien va a dirigir nuestros bajeles hacia la costa de Troya para devolver a esa Helena (dígase Real Zaragoza) al lugar y el tiempo que le corresponden.
Hoy muere la muerte, y aunque la muerte no es fin de nada, pues siempre queda el rastro de la vida que se fue, sirve esta mañana oculta por la lluvia para comenzar, una vez más a andar. Juntos, como el odio y el amor.
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