He vivido dos semanas alejado del césped blanco que es cada página virgen que se me ofrece para que la acaricie con unas cuantas frases que trasladen mi fervor zaragocista a los lectores de este blog. Y las he vivido alejado porque a veces los caminos del día a día nos impiden llegar a ninguna parte o porque el corazón deja de latir contra nuestra voluntad. Algo de eso ha habido.
El partido fue claro, amontonado en el deseo de los veintidós jugadores. Fue el partido más aragonés que he visto en toda mi vida, si es que un partido tiene nacionalidad, y ese aspecto se reflejó en las mandíbulas atormentadas de los jugadores, que no reblaron, que abatieron cualquier atisbo de flaqueza, que acongojaron el silencio de la tristura.
Me gustó mucho el partido, porque fue el trago que debíamos beber para seguir creciendo, para convertirnos en ese cuerpo que ya no siente el dolor, en ese torso que no se fija en las heridas, en esa espalda que ignora el peso del miedo. Fue, desde el principio, un magnífico ejemplo de pugna despiadada en la que los ataques se repartían con equidad y limpieza. La SD Huesca honró a sus seguidores y se ofreció, generosa, al intercambio de golpes, ávida de gloria, deseosa de escribir una página que sus hijos recuerden con la sonrisa complacida de ver muerto al hermano del sur. Afrontó con gallardía el enfrentamiento y así pudimos saborear el aroma de esas flores que ya empiezan a nacer en las veredas de nuestro camino, pues el Real Zaragoza aceptó la propuesta y allá que se fue con todas sus fuerzas.
Si hubo ocasiones esas fueron para el equipo zaragocista, que se acercó con disciplinada pasión al área de Miguel. La SD Huesca, también, aportó su metálica idea de fútbol abierto y progresivo, moderno, para acuciar la portería de Doblas. Fue en una de esas oleadas cuando vimos cómo el pecho de Pavón engañaba a la vista y nos hacía temblar con la posibilidad de un penalty que, afortundamente, no pitó el colegiado. Así, se llegó al descanso.
Cuando los gladiadores regresaron al terreno de juego pudimos comprobar que el Real Zaragoza cuenta entre sus filas con varios jugadores muy capaces y, sobre todo, decididos. Me recordaron a esos acantilados a los que la fatalidad golpea en forma de olas amargadas pero ante las que jamás dobla su mirada. Y tanto es así que Gabi logró, en seguida, un cabezazo envenenado que el larguero escupió con cierta chulería. No le sirvió de nada. A los pocos minutos Ander cogió el balón, se lo quedó, lo escondió, lo mostró, lo condujo y le dijo a Miguel por dónde se lo iba a poner. Y allí fue y allí murió el gol verdoso que nos daría la victoria. El Real Zaragoza se mostraba grande, enorme, inalcanzable para los futbolistas oscenses, quienes, como héroes arañados por la voluntada divina, se fueron apagando, difuminando.
Y llegó el segundo gol, ese gol que desde hace unas jornadas el Real Zaragoza marca pero que los árbitros, en silencioso contubernio, se niegan a concedernos. Será porque no lo merecemos, será porque debemos congelar nuestro júbilo hasta que el Dios al que le debemos la vida oculte la negrura delinfierno y nos conceda la luz que alguien nos debe. Sea por la razón que sea, ese gol, el segundo, el que logró Alberto Zapater de magistral falta, no subió al cielo, no subió a las estrellas. Y nos apagamos un poco.
O la SD Huesca volvió a la vida después de la expulsión de Edu Roldán. Fue entonces cuando se vivieron esos momentos en los que el murmullo del pánico se acomoda en nuestras gargantas y tememos que los labios se nos sequen y las manos no puedan apartar el aire relto de mosquitos infectados de infortunio. Afortunadamente esos momentos hacen grande a Toni Doblas, como ya lo ha demostrado en varias ocasiones, y este sábado volvió a suceder: el arquero andaluz secó un endiablado chut de Rubén Castro y mantuvo su portería a cero. Cero por cero, cero. O sea, con un par.
Y fin. Me emocionó ver la rabia con la que los jugadores zaragocistas celebraron la victoria y la compartieron con los seguidores del león. Me emocionó y me dio fuerzas para soportar el vendaval de roja sangre que vamos a necesitar para afrontar las seis encarnizadas batallas que nos esperan. Sigo confiando en ti, amado equipo.
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