sábado, 11 de octubre de 2008

Aquella luz eligió las tinieblas

Hace un año, la luz zaragocista brillaba con todo el esplendor que los dioses nos habían concedido. Magnánimas divinidades se acercaron al Palacio de Sastago para darle una vuelta a la llave de la Historia e inaugurar la exposición que con tanto amor y emocionado vigor puso en pie Antón Castro, ese escritor que atravesó los verdes cielos de Galicia para amerizar en los dóciles horizontes aragoneses. Brillaba y nos havía sentir secretas soledades, pues todo era limpio como una lluvia de estrellas, las que cubren nuestro sueño cada noche y las que nos hacían soñar con firmamentos cada vez más prójimos.

Escribí aquellos días sobre los sueños bebidos y pude comprobar que visitar aquellos salones nobles y leales era la mejor forma de saborear la Historia, los días de mis días, las noches de mis noches. Y mejor si cuando escuchaba el eco de mis pasos aun en medio de la multitud, lo hacía acompañado de mi hijo, a quien tanto le ofrezco, quien tanto me da, y pudimos, juntos, abrazar el futuro, que esos días parecía ancho y generoso. Parecía.

Hoy la dorada esperanza, la que respiramos aquellas tardes de octubre, yace yerma e inánime. La realidad, arisca y despiadada, ha amordazado el mar que nos bañó y nos ha mostrado la más cruel de las miradas. Nuestro presente nos ata a la necesidad de derrotar a un rival que navega por las mismas ciénagas que nosotros y no hay más sonrisa que la que nos otorgue la victoria. La misma que obtuvo Pirro, el rey de Epiro. Así y todo, es la única manera de emprender el camino de regreso a casa. A Primera.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Como me decía una persona a la que quiero mucho (y me parece muy frívolo utilizarla en este contexto): "Esto, también pasará".

A primera, Juan. A primera.