Prudencia, calma, esperanza. La semana ha sido para guardarla en el baúl del pánico, en ese armario que todos tenemos en el desván y que abrimos de vez en cuando para remover los amasijos que el recuerdo ha ido depositando en él, y por eso mismo parece que ha pasado una eternidad. Pero no. El lunes nos acostamos con un equipo encendido por el triunfo ante el Murcia y un técnico que llamaba a la puerta del éxito razonable, pero el martes el sol se quedó a dormir y se nos hizo de noche. Garitano, derrumbado, mortecino, inánime, dejaba que la vida se le fuese por las palabras y dejaba al zaragocismo sin comandante. No tengo motivos para no creerle, así como no tengo razones para no creer al Presidente, por lo que que doy el OK a los mensajes recibidos y me froto los ojos. El club, ágil y diligente, presenta al nuevo entrenador y ya no nos quedan fuerzas para decir que sí o decir que no. Sólo elevamos suavemente la mirada, nos encogemos de hombros y pensamos junto a los compañeros: hay que apoyar a Irureta.
Los periódicos comienzan a dibujar un paisaje más jovial entre los jugadores. Nos cuentan que el vasco, el segundo vasco de la semana, está logrando que vuelvan las bromas, que la alegría presida el trabajo y las bromas acompañen cada gota de sudor. Y nos lo cuentan con un empeño especial, con mucho interés. Con demasiado, yo diría. Pero no estamos para tontadas, así que lo aceptamos y miramos hacia el domingo. Trabajo, esfuerzo, conceptos, más trabajo... D'Alessandro se queda en tierra porque quiere cruzar el océano y mañana no hay más estandarte que la victoria. Si ganamos, el aire será más limpio. Si ganamos.
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