Escuché ayer las diferentes tertulias radiofónicas que emiten las emisoras zaragozanas y aragonesas. Tres, por concretar: Cadena SER, Aragón Radio y Radio Ebro. Si alguien tuvo la misma qidea que servidor, podria constatar que hay tantas opiniones como voces, lo que me tranquiliza, pues eso me dice que somos una sociedad viva y expresiva, que no es poco según cae el viento polvoriento y misérrimo de la crisis. Sin embargo, en medio de tanto color y calor, pues afortunadamente somos un pueblo apasionado y vehemente, sí pude descubrir un fantasma que si nos descuidamos puede quedarse a vivir entre nosotros, y esa no sería una buena noticia, pues me consta que no un buen huésped: el miedo.
El miedo, en diferentes variedades, con diferentes caras, con distintos peinados, con varipintos trajes. El miedo a no subir, el miedo a desaparecer, el miedo a tener cada día más miedo. Miedo al fracaso, miedo al ridículo, miedo a la muerte, miedo a la nada. Miedo, amigos, la peor de las fiebres, el más sarnoso de los granos que nos podía salir. Miedo y pánico a no ser capaces de salir de las alcantarillas, a pudrirnos en ese territorio tan amargo para el zaragocismo y tan negro como la pena negra que es la Segunda División, llamada ahora, qué coña tiene el término, "Liga Adelante".
No sabemos que no sabemos nada. No sabemos que aunque supimos instalarnos en el limbo del glamour durante dos temporadas, la caída fue tan grande, tan dolorosa que aún sangran las heridas, esas que tan mal curamos. Y eso, en cierto modo, es lo que Marcelino nos dijo el otro día. Sin quererlo, o sí, abrió la espita de la advertencia, la misma que ofrece el adulto al niño. Sólo me queda saber si somos niños, para no hacer caso de lo que se nos dice, o estamos madurando a bofetada limpia, que a veces es una buena forma de madurar.
Sé que sabes que no me gusta la propuesta futbolística de Marcelino, pero también sé que sabes que a pesar de ello le voy a apoyar hasta el último aliento, pues he decidido que es la persona que nos puede sacar de esta ciénaga putrefacta y pestilente que amenaza con tragarnos como lo hacían las arenas movedizas con los pobres indígenas africanos en aquellas películas de Tarzán que veía la tarde de los sábados en el cine de mi Barrio Oliver. Sin piedad.
Por ello, por todo ello, mi mano abierta a la unión y a la mirada limpia. Ánimo a nuestros gladiadores, exigencia al club y aplauso unánime a poco que entre el balón en la red contraria. El sábado, otra vez, una vez más, como nunca, como siempre, a la Romareda, a comernos al Eibar. Y darle una patada a esas rocas que nos impiden ver la luz del sol desde el camino que nos lleva a casa. A Primera.
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