domingo, 25 de enero de 2009

El infierno de las palabras rotas

(por Juan Antonio Pérez-Bello)

Hoy juega el Real Zaragoza su partido número veintiuno de este Campeonato Nacional de Liga de Segunda División denominado Liga Adelante, pero cuyo nombre mejor se ajusta al de Liga Rocinante, por lo famélico del fútbol que se ve, la locura que suponen los vaivenes que nos propone y la envergadura de los fantasmagóricos molinos que semana tras semana debemos combatir.

Se enfrenta al Rayo Vallecano, equipo simpático donde podamos encontrarlo y símbolo de los desheredados, gobernado por la inefable Doña Teresa Rivero y confín horizontal de los clubs de barrio que representan a toda una clase social: la clase obrera. Se me ocurre que podría ser nuestro C.D. Oliver particular, pero esa es otra historia de la que en otro momento hablaremos. Se enfrenta, digo, decimos, al Rayito, ese club que ha deambulado las últimas cuatro temporadas por la 2ª B y que hoy llega a la Romareda dispuesto a disfrutar, pues para ellos es un premio jugar aquí, y también prestos a pescar en nuestro cenagoso y revuelto río, en un día en que los planetas amenazan con desalinearse y provocar una explosión cósmica capaz de desestabilizar nuestros alicaídos corazones. ¿Será posible que tal suceda?

Temores próximos a la inquietud se acomodan en nuestras riberas y a todo lo que nos preocupa se añaden hoy las informaciones de varios periódicos que hablan de lo que se presume puede ser el último partido de Oliveira con nuestra camiseta. Nuestra, que no suya, ni de tantos jugadores que, como él, juegan con nuestro sentimiento, con nuestro amor no correspondido, con nuestra oblicua esperanza, tantas veces maltratada. Nuestra, que no suya, pues no es moral que un jugador, ningún jugador, zarandee los latidos de toda una afición, mostrando siempre lo importante que es su carrera por encima del futuro de una institución. Si quiere quedarse, que lo diga bien claro, pero no a nosotros, no a la prensa, no al zaragocismo, sino a su representante y a todo ese colectivo de especuladores de la vida que viven muy bien a costa de montar y desmontar vidas y acabe de una vez este infierno de palabras rotas. Hablo de Oliveira y hablo de todos aquellos que protagonizan este circo y contaminan las veredas que el esfuerzo y el tesón construyen día a día y que se llaman Clubs de Fútbol.

Si Oliveira se va a ir, si quiere irse, no seré yo quien lo quiera con nosotros. La afición, los supporters, queremos y necesitamos gallardos soldados, firmes defensores de nuestra idea, de nuestra vida. Los mercenarios no han sido nunca bien vistos ni merecen el calor de la Historia. Hoy, más que nunca, se hace necesario un Pacto por la Lealtad, escrito o no escrito, pero que cosa con la fuerza de la pasión los proyectos comunes. Y si en ese Pacto no cabe Oliveira, seré el primero que le diga Adiós. Y no vuelvas. Y si en ese Pacto cabe Oliveira, seré el primero en decirle Bienvenido. Y quédate con nosotros, quédate con los defensores de la dignidad y el esfuerzo común. No tendrás oropeles ni doradas palmadas en la espalda, pero el amor de una afición te acompañará hasta el final de tus días.

Este sendero, ¡Dios!, se está haciendo muy largo, pero aún más lo alarga la infidelidad y la mentira. Y que los dioses limpien las veredas de este camino que nos debe llevar de vuelta a casa. A Primera.
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