sábado, 24 de enero de 2009

La Romareda, esa dama azul

Este artículo lo dediqué a la Romareda a punto de finalizar este miserable año (hablando en términos zaragocistas) y fue publicado por Diario EQUIPO el 27 de Diciembre de 2008. Sirva como homenaje a mi padre, eterno compañero en mis viajes al estadio del Real Zaragoza, y a esa vieja dama que arrulló mis domingos de niño, y como soplo de esperanza para un futuro lleno de progreso y felicidad.

Las horas que aún viven al amparo de este 2008 amargo y cruel parecen mis mejores consejeras. Hace varios días que sueño con un dosmilnueve que me invita a la esperanza y trato de buscar argumentos para emocionarme con ese futuro que imagino afectuoso y bienintencionado.

Por supuesto que en ese horizonte aparece “El ascenso”. Hablamos de él como si de un galán deseado y soñado se tratase, como si toda nuestra vida dependiese de una mirada suya o un susurro a media voz. “El ascenso” es nuestro único aliado para sentir que hay un mañana y no faltamos a la verdad. En los últimos meses distintas voces, autorizadas y con gran fundamento, han expresado que el Real Zaragoza, que ya ha vivido circunstancias difíciles en otros momentos, vive como nunca prisionero de sus éxitos deportivos y sólo estos pueden abrir la puerta de la vida, mientras que un fracaso futbolístico significaría hundirnos en una sima económica e institucional de la que con muchísima dificultad podríamos salir. Y nunca pronto.

Dosmilnueve, pues, es “el año”. Y lo es, además, porque si los plazos se cumplen darán comienzo las obras de construcción del nuevo campo de fútbol. Otro capítulo en nuestras vidas. Otra página que acompañará a las escritas por el Campo de Torrero y el Estadio de La Romareda. Si bien no soy amigo íntimo de las miradas vacías al pasado, sí, en cambio, me dejo seducir por la Historia, la vivida y la leída y es a ella a la que no puedo esquivar cuando me corteja y me sugiere que hable del que ha sido templo del zaragocismo durante los últimos cincuenta años, en cuyas gradas hemos respirado el aire que el león del escudo exhalaba en cada chut, en cada parada, en cada pase, en cada gol.

Todos tenemos un partido bien guardado en el cajón de nuestra memoria. El mío, sin ser capaz de explicar por qué, es un Real Zaragoza – Atleti de Madrid que se jugó un 15 de Febrero de 1970. Diré que aquel "al-lee-ti” era un gran "al-lee-ti", pues esa temporada acabaría ganando la Liga en un campeonato que el Real Zaragoza terminaría en 8ª posición. Buen partido, pues, el que se disputaba aquel día, frío como nunca, pues caía una tupida y aguerrida agua nieve que, desde luego, no consiguió doblar mi voluntad de asistir al partido. Pequeño debate en casa, explicaciones de mi padre tratando de convencerme para no ir, temores de mi madre ante una posible "pulmonía" y mi deseo incontestable de participar, un domingo más, de la fiesta del fútbol. Así que bufanda, pasamontañas, guantes, moto, cuesta del Barrio Oliver "p'abajo", Vía Hispanidad interminable y llegada a La Romareda.

Cientos, miles de golpecitos de mis pies al cemento del suelo me acompañaron aquel día como única forma de combatir el frío, pero nada importó, pues al gol de Ocampos en el minuto 14 y a la victoria (1-0) obtenida por el Zaragoza ante el equipo que ganaría aquella Liga había de sumar los tres balones que devolví a los jugadores cuando salían fuera o la satisfacción de verle de cerca la cara a Oliveros o al mismo Luis. Por el contrario, para mi memoria, tu presente y nuestro mañana, aquel partido sigue vivo en mí. Sea este mi homenaje a la Romareda, cuyo fin comienza dentro de unos meses, y a cuantos hombres y mujeres la han acariciado, perfumado, arrullado y musicado en honor siempre de ese latido eterno que es el Real Zaragoza , a quien veremos este dosmilnueve de vuelta a casa. A Primera.
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